sábado, 22 de enero de 2022

De juegos y memorias nubladas

Los juegos no deberían tener reglas. Hago preguntas para incentivar uno donde el sentido sea hallar respuestas. Las respuestas se esconden en el tiempo y el tiempo se esconde en la memoria. La memoria, por su parte, es un juego paralelo con reglas diferentes a las mías. Parece que la memoria me desafía, como si no entendiera que juego y disputa no van de la mano.

How many times been to places and places came to me? En esos lugares que tienen sabor a distancia hice montoncitos de tierra, hasta embarrar y nublar mis dedos, donde guardé recuerdos. Uno encima de otro se convirtieron en memoria, la gran memoria, la señora decrépita de las memorias que me abofetea por joven y por ilusa.

Hay una niebla espesa condensando el aroma de la memoria: memoria que huele a vejez, a humedad resquebrajada en las cortezas corroídas por años de empapar el recuerdo.

Todavía la madera espera ser habitada. Todavía hay letras como ritos que invocan amores que no son. Amores que fueron, que murieron, que mutaron. Todavía hay besos condensados en el rocío matutino que habita el hueco en el tiempo que dejaron las madrugadas pegajosas de los cuerpos incendiados por el deseo. Después del fuego, la lluvia. Siempre. Casi como una maldición.

¿Es la memoria quien maldice? ¿Es la memoria una vieja despiadada y maldita? ¿Amarga y maldice, esa vejez detestable, a los sueños de unos labios que supieron fundirse en el espejismo de un futuro que no es?

Sigo viendo en mis pupilas los lugares que habité y los lugares me ven a mí con ojos penosos. No entiendo la pena de un recuerdo que hace tiempo dejé olvidado en la niebla.



Imagen: Pexels.
Texto: Lourdes Mariel Sánchez Hirsch.


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